Si esta semana hablábamos de la Selectividad de Cantabria por «LA RESPUESTA DE ÉPICA DE UN CÁNTABRO SOBRE LA DIFICULTAD DE LA SELECTIVIDAD«, hoy el motivo es mucho más sensible.
Los alumnos que se presentaban a la Selectividad en Cantabria, tenían que analizar este texto emotivo texto publicado por El Mundo. Merece mucho la pena leerlo.
Era la única que te perdonaba los últimos seis trozos de acelgas y la que te iba a buscar al colegio, bajo un paraguas, cuando todos fallaban. En esa edad en la que los padres levantan la voz y tú también, era la mujer cuerda que hablaba bajito. Si te tenía que regañar, lo hacía de tal modo que parecía un halago. A pesar de la prótesis en la cadera, nunca decía que estaba cansada. Cuando estabais a solas, te dejaba hacer cosas que teníamos prohibidas: saltar en la cama o en los charcos; comer con los dedos; poner los pies en el sofá, mancharte pintando. No se chivaba jamás a tu madre, y eso que era su hija. Leía muy despacio, libros con letra grande. Escribía con bastantes faltas de ortografía. Cómo molaba eso de las faltas: tú te reías de su barco con uve y tu abuela se reía más.
Fueron aquellas abuelas obsesionadas con los estudios que nunca tuvieron las que empezaron a liberar a sus hijas y nietas. Aquellas mujeres que eran un poco como la versión española de Margaret Keane: ella era la pintora no reconocida de la casa, la voluntad silenciada, el talento; aunque luego el abuelo fuese al bar del pueblo dándoselas de artista.
(…)
La historia de Margaret es la historia de Walter. Lo mismo que la historia de nuestra abuela fue un poco la historia de nuestro abuelo.
Walter Keane era un reputado pintor estadounidense que hizo fortuna en los años 60. Sus cuadros se vendían muy bien. Hasta que su mujer, Margaret Keane, decidió contar la verdad de la historia: no los pintaba él, sino ella. Mientras el esposo se reunía con celebridades y salía en los medios, la esposa era obligaba a pintar hasta 16 horas diarias. La cosa terminó en divorcio y en los tribunales: ambos reclamaban la autoría de las obras. Tratando de dirimir quién mentía, la mujer retó a Walter a pintar en público en la plaza más importante de San Francisco. Pero Walter se rajó. No pudo escaparse en el juicio: los miembros del jurado les pidieron que pintaran un dibujo. Él alegó un dolor en el hombro para no hacerlo. Ella lo hizo en 53 minutos.
Tu abuela, decíamos. Una abuela que nunca salió a manifestarse un 8 de marzo. Porque tenía a los nietos o tenía reuma. Pero que te decía que fueras. Era la única que te dejaba manchar las manos con las acuarelas. La única que te daba un lienzo en blanco. Y unos pinceles. Y te decía aquello tan inquietante y hermoso: «Hija, tú no seas como yo».
Pedro Simón – El Mundo (06/03/18)
Muchas gracias a @javimartttinez por compartir el texto de la Selectividad en Cantabria en Twitter:
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