Liérganes cuenta con una vecina centenaria desde el pasado mes de abril. Pilar Lavín Acebo recibió, en su domicilio, el sencillo homenaje que el Ayuntamiento realiza a todos los vecinos que cumplen 100 años. Acompañada de su hermana Cuquis -camino de los 94 el próximo otoño-, Pilar se emocionó en la entrega de una placa de plata del Consistorio que recuerda su condición de centenaria; una orquídea plagada de flores –“que para algo estamos en primavera”, dijo entre sonrisas-, y unos bombones para endulzar nada menos que un siglo de vida.

Pilar se levanta tarde y tiene un aspecto envidiable. Con frases cortas agradece al alcalde, Santiago Rego, y a los tenientes de alcalde José Ortiz y Ana Ríos, los regalos que ha recibido, y les pide que se sirvan una copa de champagne para acompañar con un poco de jamón y de queso. “Son muchos años, pero me cuidan muy bien. Tengo una hermana que está pendiente de todo”, comenta.

Los Lavín Acebo son una saga de carniceros de Liérganes – “Los Cariñosos- compuesta por siete hermanos: Pilar, Yeyes, Luisa y Cuquis, y tres varones: Andrés, José y Francisco. Durante más de cuarenta años regentaron simultáneamente dos carnicerías: una en la calle Mercadillo de Liérganes, al pie de la carretera autonómica que conduce a Miera y San Roque, y otra en el Mercado o plaza del Este, en Santander. Pilar y Cuquis son las supervivientes de esta familia numerosa, y ya han recibido las dos dosis de la vacuna contra el coronavirus.

La familia dividió sus fuerzas entre ambos puntos de venta. Unos en el despacho de Santander y los otros en Liérganes. Quienes estaban en Santander allí vivían durante la semana. “Pero los sábados por la tarde y los domingos la familia quedaba unida en la casa familiar de Liérganes. Hemos sido una familia muy unida, y yo alternaba temporadas en las dos carnicerías”, recuerda Pilar.

Con el cierre del Mercado del Este, en 1985, la familia todavía aguantó en el oficio un poco más con el negocio en Liérganes hasta que fue vendido a un joven carnicero de Pámanes. El despacho de “Los Cariñosos” tenía multitud de clientes de la capital en el edificio, de estilo neoclásico, construido en 1837, en pleno centro de la capital, según proyecto del arquitecto Antonio Zabaleta. “El edificio estaba mal, sin apenas mantenimiento y nos dio mucha pena abandonar un lugar en el que ejercimos el oficio con mucha dedicación”, cuentan Pilar y Cuquis.

Cuando ya las brigadas municipales habían comenzado en 1986 su demolición, el Consejo de Ministros declaró el edificio monumento de interés cultural, lo que evitó la desaparición. Pilar y Cuquis evocan años de largas jornadas de trabajo con carne de alta calidad que sacrificaban en el viejo matadero de Liérganes, hoy reconvertido en oficina de turismo junto al Puente Mayor. “Teníamos una clientela enorme tanto en Santander como en Liérganes, y el público siempre reclama calidad en lo que compra”, añade Pilar contenta de recibir gente en casa.

Las dos hermanas señalan que el buen profesional de una carnicería ha de sentirse cómodo manipulando la carne, tejidos animales y demás productos cárnicos; soportar el frío de las cámaras frigoríficas; y tener mucha precisión con el cuchillo, por ejemplo, para cortar múltiples porciones de un determinado tamaño o peso.

Durante más de cuarenta años Pilar ejerció el oficio de carnicera en tiempos en los que la profesión era más bien de hombres. Pertenece a la generación de las viejas balanzas en las que se recordaba, con un pequeño cartel, el contenido de una orden ministerial de 1933. “Hay un juego de pesas a disposición del público para verificar la exactitud de las pesadas”. Ya no queda ni rastro desde hace décadas con las sofisticadas balanzas digitales.