Llevaban los ROMANOS y los CÁNTABROS la ordiga de años luchando en las Guerras Cántabras en las que los dos bandos se jibaban sin sacar nada en claro.
Total, que César Augusto hace llamar a Corocotta para hablar sobre el tema de manera pacífica.
César Augusto: Mira, llevamos un porrón de años peleando, y lo único que hemos conseguido es cantidad de muertos por los dos bandos. He pensado que podiamos hacer una cosa para acabar con el asunto de manera menos costosa.
Corocotta: Cuenta, cuenta.
César Augusto: ¿Qué te parece si organizamos una pelea entre dos perros y el ejército cuyo perro gane, se queda con el territorio?
Corocotta: Pues no esta mal.
César Augusto: De acuerdo entonces, dentro de un mes quedamos en esta misma explanada, cada uno con su perro.
Pasa el mes y se presentan los romanos con un doberman negro, gigantesco con los ojos rojos inyectados en sangre, echando espuma por la boca… Una bestia, vamos.
Y llegan los cantabros con un perro salchicha, pero muy grande. Los romanos que lo ven, se parten el pecho de la rísa. Los otros tan panchos.
Se da una señal y empieza el combate.
El doberman sale corriendo y cuando llega al otro, el salchicha mueve la cabeza, y de un bocado, se zampa al doberman.
Los romanos, obviamente, acojonados. Se retiran, pero antes el jefe habla con el cantabro.
César Augusto: Bueno, con lo que nos ha costado entrenar a esa bestia y…
Corocotta: Si tu vieras lo que sufrimos al hacerle la cirujia estética al cocodrilo.
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