Hace par de días que lleva circulando por Facebook esta publicación tan interesante de José Ramón Saiz, sobre la «asturianización» de la Reconquista. Si te gusta la Historia, creo que deberías leer detenidamente este post.
Recientemente he participado en una conferencia en el Centro de Estudios Lebaniegos sobre el papel de Liébana en la Reconquista, protagonismo que sin duda se nos ha arrebatado por la comunidad vecina que, inteligentemente, ha sabido monopolizar un hecho histórico cuyos inicios se centraron exclusivamente en tierras lebaniegas ya que Asturias era, entonces, tierra conquistada por los invasores. Por ello, quiero dejar algunas reflexiones sobre esa «asturianización» de la Reconquista que ha dejado a Liébana casi sin historia ya que incluso se llega a citar a Beato de Liébana como «monje asturiano».
Hace ahora cuarenta años apareció en La Nueva España, de Oviedo, firmado por Carlos María de Luis, un artículo con este expresivo título: “Alerta, asturianos, nos quieren robar a Pelayo”, a raíz de la aparición de un libro de Manuel Pereda de la Reguera con el título “Liébana y los Picos de Europa”. Solo han pasado cuatro décadas y fallecido el historiador cántabro que tanto hizo por recuperar la historiografía montañesa y cántabra muy viva en los finales del siglo XIX, Pelayo aparece como más asturiano que la mismísima reina Letizia.
Tenemos que rendirnos a la afirmación de que los únicos argumentos que perduran son los que más se reiteran, tesis de la propaganda totalitaria que consiste en que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. No hay que desmayar en insistir como se nos arrebata poco a poco el legado que recibimos de nuestros antepasados, construido entre adversidades y sufrimientos. El que los responsables se crucen de brazos y miren a otra parte, permite que Fontibre como lugar de nacimiento del río Ebro no aparezca en la página institucional de la Confederación Hidrográfica con sede en Zaragoza, que los libros de texto de Cataluña presenten al Ebro como un río catalán o, que el rey Favila, hijo de Pelayo y nieto del Duque de Cantabria del mismo nombre, fuera despedazado por un oso en el valle ‘asturiano» de Liébana, amén de las alabanzas a ese gran monje -también asturiano, por supuesto- Beato de Liébana.
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Hace unos meses pasé unos días en Asturias –que con Cantabria ha escrito las páginas más importantes de la Historia de España- y me encuentro con publicidad y diversos escritos sobre el río asturiano del Deva. He preguntado, incluso, a cántabros sobre la identidad de este importante río y ¡sorpresa! la mayoría le considera un río asturiano que desemboca en Unquera, prueba de esa dejación que existe en la cultura y en la divulgación del territorio de Cantabria por parte de las instituciones. Sirva este dato para ser concluyente al respecto: el Deva no es asturiano más que en tres de los sesenta y dos kilómetros de su recorrido. Sin embargo, como ocurre con la patria de Pelayo, y de Beato ¡es asturiano!.
Con frecuencia algunas personas que atesoran excelentes conocimientos se dejan llevar por la inercia o las corrientes dominantes y a veces, inconscientemente, cometen errores que son significativos y que hacen daño. Uno de estos ejemplos se puede comprobar en una réplica -hace ya tres o cuatro años- del alcalde de Peñarrubia a un artículo del escritor José Antonio Pérez Muñoz sobre unas reflexiones en torno a La Hermida que se publicaron en Alerta.
Sobre la polémica en cuestión no puedo obviar una frase del señor alcalde al señalar –inconscientemente, pero ejemplo de esa inercia y de las corrientes dominantes a las que he aludido- que la historia de La Hermida tiene relevancia por ser “territorio clave en los inicios de la Reconquista y expansión de la Monarquía asturiana”. Lo primero es cierto pero lo segundo es inexacto y, es ahí donde se debilita el valor de nuestra historia, porque uno y otro hecho sucedieron en Cantabria y fueron protagonizados por cántabros. La expansión de la Reconquista y del pequeño reino que surge en Liébana es hacia Asturias, no al revés. Liébana era tierra liberada y Asturias estaba conquistada.
Sin duda que la orografía de Peñarrubia-Liébana fue clave. El desfiladero de la Hermida en las técnicas guerreras del siglo VIII garantizaba destruir al ejército más poderoso en una guerra de emboscadas. Son quince o veinte kilómetros en los que entonces solo existía el río Deva y alcanzar al corazón de Liébana no era fácil si el enemigo estaba emboscado en las alturas. Si a ello añadimos los Picos de Europa y la bajada desde San Glorio, Liébana era aquél recinto que Amós de Escalante citó como “alcázar que la Providencia labró a España para asilo de su libertad y de su independencia”, para añadir que ante las rocas de Peñarrubia-Liébana “se detiene la invasión, cesa la conquista, se quebrantan los yugos, toma treguas la muerte”.
Tanto la Reconquista como la Monarquía surgieron en Cantabria y ello, entre otros factores, gracias a ese gran murallón de La Hermida que permitió garantizar la seguridad de guerreros y monjes que se refugiaron en Liébana. De la tierra lebaniega surgió este hito histórico para extenderse hacia Asturias a medida que se ganaban tierras a los árabes. No hay que olvidar que hasta el Sella llegaba el territorio de los cántabros (incluso el asturianista Sánchez Albornoz lo reconoce) y desde esa frontera natural hasta Galicia estaba bajo dominio musulmán, cuya posterior conquista es dirigida y planificada desde Liébana. No puede sorprender que conquistada toda Asturias, León y Galicia la capital del reino que surgió en el recinto lebaniego se trasladara desde Oviedo a la capital leonesa y así sucesivamente a medida que la conquista de tierras avanzaba.
Los historiadores asturianos asumiendo las crónicas de la época, dan cuenta de la llegada de Alfonso I, hijo del Duque Pedro de Cantabria, a la corte de Cangas de Onís, tiempo después de la batalla de Covadonga. Pero el cántabro elegido rey no llega de Gijón donde estaba un jefe militar árabe, sino desde la única tierra independiente que era Liébana donde estaban las propiedades de sus mayores. No hay que desconocer, además, que hasta mediados del siglo XIX los municipios de Rivadeva, Peñamellera Alta y Peñamellera Baja pertenecieron a Cantabria, siendo extirpado este territorio del común cántabro por una decisión caprichosa y autoritaria de un ministro de Estado.
Si hace cuarenta años los asturianos reaccionaban ante la reivindicación de Cantabria sobre la figura de Pelayo, hay que afirmar que en escaso tiempo han sido capaces de monopolizar su figura, aunque Menéndez Pidal señala que lo único que puede afirmarse es que Pelayo no era asturiano. Historiadores montañeses y asturianos polemizaron en el siglo XIX acerca de estas tesis. En todo caso, nadie discute que el Duque de Cantabria y Pelayo, desde Liébana, sumaron sus fuerzas para conquistar las primeras tierras asturianas y salir de Cantabria hacia Cangas, llegar a Pravia y, finalmente, a Oviedo donde Alfonso II el Casto, bisnieto del Duque Pedro de Cantabria, fijó la capital del reino, fundamentos históricos avalados por la Real Academia de la Historia que en un informe de 1916 ratifica que el verdadero tronco de los antiguos monarcas de la Reconquista, fue Pedro, duque de Cantabria… y que la Monarquía surgió en la indómita Cantabria. El cronista oficial de Asturias, Armando Cotarelo, así lo ratifica en sus trabajos sobre Alfonso III el Magno, editado en 1914 y reeditado en 1991.
Creo que estas reflexiones sirven para apuntar dónde están nuestros males, precisamente en nuestra propia casa. No se trata de confrontar la historia de dos comunidades vecinas y hermanas, simplemente de defender lo nuestro. Lo malo es que la definitiva «asturianización» de esta parte gloriosa de nuestra historia solo acaba de comenzar con el acontecimiento nupcial de los actuales reyes que la prensa asturiana resaltó apropiándose en este caso del nombre de la Reina Adosinda (hija de Alfonso I y de Ermesinda, nieta por tanto de Pelayo y del Duque Pedro), como ejemplo de la última reina «asturiana».
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