LA EXPLOSIÓN DEL CABO MACHICHACO
Como cada 3 de noviembre, hoy se celebra el aniversario de la Explosión del Cabo Machichaco. Uno de esos sucesos que han marcado la Historia de Santander.
En noviembre de 1893, un incendio en el barco de vapor Cabo Machichaco, a la sazón atracado en el muelle de Maliaño, Santander, provocó la mayor catástrofe civil del siglo XIX español, con cerca de seiscientos muertos y alrededor de dos mil heridos.
Así nos cuentan las historia en la web Historia de iberia vieja:
Construido en 1882 en la ciudad inglesa de Newcastle, en el astillero Schlesinger, Davis y Compañía, el vapor fue bautizado con el nombre de Benisaf. Era majestuoso, con un pesado casco de hierro, y de grandes dimensiones: más de 78 metros de eslora (largo) y 10 metros de manga (ancho), y, sobre todo, muy rápido, ya que podía alcanzar una velocidad de ocho nudos (un nudo: 1852 m/h).
Tres años más tarde, el buque fue adquirido por la compañía Ybarra, que lo compró por 49.500 libras junto con otros tres barcos, entre ellos el Lavrion, luego llamado Cabo Mayor, y que, en un presagio nada halagüeño, colisionaría en 1886 contra el faro del mismo nombre. Al Benisaf los nuevos dueños le cambiaron el nombre por Cabo Machichaco.
La función de esta nueva flota era la del transporte de mercancías entre Bilbao y Sevilla, con escala en el puerto de Santander. De este modo, el 24 de octubre de 1893 el Cabo Machichaco partió del puerto de Bilbao rumbo a Santander, donde llegó tras una travesía de aproximadamente seis horas.
Llevaba 1.616 toneladas de carga, repartidas entre barras de hierro, lingotes, cubos de hierro, clavos, raíles, hojalata, así como cantidades nada desdeñables de harina, vino, papel, tabaco, madera, licores, aceite…. Y lo más peligroso: 12 toneladas de ácido sulfúrico en toneles de vidrio y 1.720 cajas de dinamita, cuyo peso neto se estima en unas 43 toneladas.
El destino de la carga era Santander, Sevilla y Cartagena, si bien el grueso iba destinado a estas dos últimas localidades. La dinamita procedía de Galdácano, Guipúzcoa, donde había una fábrica que servía a todo el litoral español a través de la compañía Vasco-Andaluza. Oficialmente, existía un reglamento según el cual un barco que transportara material explosivo debía declararlo ante las autoridades, pero, en este caso, parece ser que no se hizo, y, en todo caso, era inevitable que las maniobras de carga y descarga se llevaran a cabo en el fondeadero de La Magdalena o al final de los muelles de Maliaño.
Lo que sí se respetó escrupulosamente fue la norma de que había que someter a cuarentena de 10 días a los barcos que arribaran a Santander, ya que a la sazón había una epidemia de cólera en Bilbao. Al cumplirse esos diez días, el Cabo Machichaco se disponía a poner rumbo al sur de España, pero el plan preestablecido no pudo llevarse a cabo.
Y es que el 3 de noviembre de 1893, hacia la una y media de la tarde, las autoridades locales recibieron la noticia de que se había declarado un incendio a bordo del navío. Una de las bombonas de vidrio, llena de ácido sulfúrico, había explotado en cubierta y el incendio no tardó en propagarse a la proa. Los esfuerzos para sofocar el incendio fueron inútiles. El barco apenas disponía de medios para su extinción y tampoco los bomberos locales eran muy numerosos. Enseguida se prestaron a ofrecer ayuda los barcos colindantes que había en el puerto, entre ellos el vapor correo Alfonso XIII (que acababa de regresar de Cuba), el navío francés Galindo, el de bandera británica Eden o el navío español Catalina, cuyo capitán Pachín Galindo pasaría a la historia gracias a la novela del mismo nombre de José María de Pereda, en la que relata el hecho.
El número de víctimas que arrastró el suceso fue difícil de digerir para la sociedad española de la época. Hubo 590 muertos y unos 2.000 heridos de diversa consideración, unas cifras aún más apocalípticas si consideramos que a finales del siglo XIX había censadas en Santander unas 50.000 personas. La explosión que siguió al incendio fue de tal intensidad que se encontraron fragmentos de hierro y otros materiales a varios kilómetros de distancia del lugar.
En cuanto a los edificios derruidos se contaron nada menos que sesenta; incluso una ermita en San Juan de Maliaño no pudo resistir la onda expansiva y acabó derrumbándose.
Una de las víctimas de mayor relevancia pública fue el propio gobernador civil, Somoza, que se encontraba en las inmediaciones del lugar; y todos aquellos que subieron al barco para sofocar el fuego, incluidos los tripulantes y el capitán del Alfonso XIII, que tan generosamente habían ofrecido su ayuda, también perdieron la vida en la explosión.
Cuando los ecos del accidente fueron pasando, llegó la hora de buscar responsabilidades. En este sentido, el historiador Rafael González Echegaray fue particularmente duro con la actuación de las autoridades civiles y portuarias de la época, que, por imprudencia o negligencia, no habían hecho cumplir escrupulosamente el Reglamento. Sin embargo, el mismo autor defendió la actitud del capitán del Cabo Machichaco, Facundo Léniz Maza. Meses después del suceso, se iniciaron las labores de recuperación de parte de la dinamita hundida, que no había explotado. Y el 21 de marzo de 1894 otros 15 operarios murieron a consecuencia de estos trabajos de extracción.
Uno de los testimonios de primera mano de esta tragedia sin precedentes lo ofreció la ciudadana británica Ellen Lawrenson, que en aquellos tiempos regentaba una posada en la calle Méndez Núñez, llamada “La Inglesa”, y escribió una carta a sus parientes de Liverpool en la que relataba los hechos: “Todo fue destrucción en la vecindad inmediata. El fatídico barco estaba amarrado en el segundo muelle, justo a 40 metros de mi puerta, lo que supuso que tanto cadáveres como moribundos llegaran a mi negocio”.
Una sentencia del Tribunal Supremo de 1900 ignoraba el origen exacto del incendio, aunque la versión más extendida es, como hemos apuntado, que explotara una de las bombonas de ácido sulfúrico. Santander habría de sufrir otra catástrofe el pleno siglo XX, cuando en 1941 se declaró un incendio en el casco histórico de la ciudad. Entre los edificios que quedaron destruidos, se encontraba la antigua posada de Ellen Lawrenson.
VIDEO: LA CATÁSTROFE DEL CABO MACHICHACO
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